p E R F una especie de modesto castillito en el sur de la ciudad de México; en . us tres niveles, las curiosidades, los libros, los recuerdos cuchichean y hacen guiños y cñalcs a las visitas, que no controlan la vista y husmean por los rincones, los estantes, la mesa de trabajo, las paredes. Por último, se sientan junto a un ventanal que da a la calle y comienzan a interrogar al buen maestro. iC6mo y con quiénes dio principio la revisla El Cuento? "Yo comenzaba a dar mis paso· en el periodismo en la revista Hoy, en 1937. Tuve un extraordinario maestro, Regino Hcmández Llergo. Él luc quien nos impulsó por ese camino. Habfa un amigo mío de juventud con habilidades liccrarias, Horacio Quiñones, quien murió hace pocos años. Compartíamos lecturas de narrativa y el deseo de llegar a ser escritores. Él era lector de una revista que es el anleccdcntc del Play Boy; claro, con menos desnudos que éste. Me refiero a la revista Squire, en la que se publicaban cuentos. HoracLO sabia inglés y me traducía los relato o me Jos contaba. De estas charlas surgió la idea de compartir lecturas y autores con otras personas que tuvieran las mismas inquietudes lilerarias que no otro . Se nos ocurrió hacer una révista: El Cuento. Don Rcgino nos regaló mil pesos y con éstos hicimos cinco números, en 1939. "Esa fue la primera etapa. Sus contenidos eran en gran parte textos atrapados y traducidos por Horacio Quiñones. En ese tiempo, la cuentí -tica mexicana no era tan rica como ahora, estaba limitada a unos cuantos escritores. La respuesta fue solidaria e inmediata, pero eran tiempos de la segunda guerra y hubo escasez de papel, lo cual desembocó en el fin de nuestro esfuerzo. En esos números iniciales de El Cuenro publicaron sus primeros cuentos Luis Spota, Maria-16 L E o T na Frank, Luis Córdova, Efrén Hcrnández. La mayorfa de lo cuentos eran extraídos de Squire. A mr se me quedó fija la idea de volver a edilar la reví ta. "Un librero extraordinario, Andrés Za plana, fue el primero que retiró los mostradores de las librerías para que los bibliófilos tuviéramos acceso a los estantes y pudiéramos hurgar entre ellos y hojear los libros. Ante uno llegaba a una hbrcrfa y se enfrentaba con la barrera del mostrador y los dependientes; se debfa llevar una idea clara de lo que se buscaba para pedirlo. Don Andrés fu nd6 Ja librerra Zaplana en San Juan lle Letrán con tal característica y su éxito no se hizo esperar. No dudó en abrir después otras sucursales. Por alguna razón, que nunca le pregunté, él tenfa una afición o gusto por el género cuentístico. Yo era asiduo de sus librerías y nos hicimos amigos. Un dfa me dijo a boca de jarro: «¿Por qué no vuelve usted a publicar Ja revista El Cuento?» Le respondí sin rodeos: «Porque no tengo dinero». «Bueno -me respondió de la misma manera-, yo pongo 5 000 pesos». Me parecieron pocos y Je contesté: «Déjeme pensarlo». Pasaron los días y en cierta oca-o R A L sión volvió al mismo punto: «Pongo 10 000 pesos>�. Tampoco me bastaron para tomar Ja decisión de tal empresa. Un poco después, aumentó la cifra a $20,000. Esto fue a principios de 1964. Entonces acepté y me dispuse a preparar el terreno. -Cuando necesite el dinero, venga por él-, me dijo. "Alquilé un despacho en División del Norte, donde El Cuento permaneció cerca de 20 años. Votvr con don Andrés. «Bien, ya me empujó us1cd, ahora lo vengo a molestar con el dinero». Sacó su cartera y extrajo un paquetilo con 20 billetes de a mil. «Mire -me dijo-, yo sé que va a tener éxito, pero eso no se lo puedo garantizar, asf que no se preocupe por el dinero si ·ucede lo contrario». "En esta nueva etapa colaboró mucho Juan Rulfo, quien había leído los primeros números y recordaba cada vez que nos reuníamos con extraordinaria claridad varios de los cuentos de aquello cinco números. Juan RuJfo es quien más aportaba. Era un lector muy a1ento que se an1icipó a conocer a autores que nosotros de conocfa. mo . Nos hahlaba de Guimaraes Ro· sa, del Brasil, de Salarrué, de un
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